El movimiento de suelos es un proceso crucial en las fases iniciales de una construcción, que consiste en una serie de acciones destinadas a preparar el terreno donde se llevará a cabo la edificación.
Este proceso comienza con el despeje y desbroce del área, lo que implica la eliminación de vegetación, árboles, rocas, escombros y otros obstáculos que puedan interferir con la obra. Posteriormente, se realiza una nivelación del terreno, donde se ajusta la altura y la pendiente del suelo para garantizar que la superficie sea plana y uniforme, y que no haya zonas más altas o bajas que puedan afectar la estabilidad de la construcción.

Además de estas tareas, en algunos casos, puede ser necesario llevar a cabo una compactación del suelo para mejorar su densidad y resistencia, asegurando que pueda soportar el peso de la estructura sin hundirse o desplazarse. En terrenos problemáticos, como los que presentan suelos arcillosos o arenosos, también pueden implementarse técnicas adicionales de estabilización.
Estas primeras fases del movimiento de suelos son fundamentales para crear una base sólida y estable para la cimentación de la construcción, evitando problemas estructurales futuros como asentamientos irregulares, agrietamientos o desplazamientos del terreno que puedan comprometer la integridad del edificio. De esta manera, el movimiento de suelos no solo prepara el terreno, sino que también garantiza que la obra se construya sobre una fundación sólida y segura.